Pues bien, se cuenta que durante la prehistoria el hombre dormía directamente sobre el suelo, agrupándose entre sí para darse calor. Ya en la era Neolítica se empezaron a utilizar los primeros colchones, siendo éstos una agrupación de hojas y hierbas cubiertas con pieles; después utilizaron paja para dormir sobre ella, según nos narran las investigaciones llevadas a cabo al respecto.

Posteriormente, se confeccionó en sí el primer colchón como tal, y para ello se utilizaron paja, hierbas, hojas, cáscaras, semillas, rellenando con este material rústico un saco o bolsa en vez de dejarlo suelto para que no se esparciera, surgiendo así la idea de la cama, a fin de evitar que el colchón tocara el suelo y de esta forma evitar la suciedad o que animales anduvieran encima del colchón.

También existió el primer colchón de agua, mismo que apareció en Persia en el año 3600 A.C. aproximadamente, cuando pieles de cabra se llenaban con agua. En cambio, en Egipto, dos siglos después, dormían sobre hojas apiladas de palmera. Mientras tanto, en el Imperio Romano, utilizaban lana, heno, juncos y plumas para rellenar bolsas de tela, aunque solían reclinarse sobre una cuna de agua templada hasta adormecerse para luego dormir en el colchón.

Durante la época del renacimiento, utilizaban colchones que elaboraban con sacos rellenos de cáscaras, paja y plumas, y en tanto los más pudientes los cubrían con telas, sedas, terciopelos y bordados.

Ya para el siglo XVI se utilizó el colchón de aire en Francia, que Inglaterra introdujo en el siglo XVII, pero además, en estos siglos, los colchones también se rellenaban de paja o plumón, apoyándolos sobre una red de cuerda a modo de somier (soporte de tela metálica o láminas de madera sobre el cual se coloca el colchón), sostenido por un marco de madera y por tanto era necesario tensar periódicamente el enrejado de cuerda a fin de que el colchón siempre mantuviera la comodidad necesaria para el buen descanso.